El camino era el lugar de la relación y de los intercambios. Por esos caminos deambulaban los comerciantes, los emprendedores, los extranjeros, los peregrinos; aquellos que no temían el intercambio y apreciaban lo nuevo y distinto.
Y en esos caminos encontramos a Jesús anunciando el Reino de Dios. Por ellos envía a los suyos -setenta y dos- y los destina a todas las ciudades conocidas para ser su voz.
Todos los discípulos regresan contentos porque han cumplido su misión y han tenido “éxito”. El fruto de ese trabajo resulta de ir en nombre del Maestro y no en el propio: “Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”.
Envío e itinerancia. Dos rasgos esenciales de los misioneros. Dos rasgos carismáticos de la Vida Religiosa. ¿También hoy?
¡Claro! Nuestro sentido y nuestro gozo se fraguan en los caminos. Nuestra significatividad se funda en la marca del Maestro. Tomemos nota de los consejos que da Jesús a los que envía para comprender su objetivo y adquirir su mirada. Para que nuestras palabras manifiesten lo que el Espíritu anima, nuestras manos curen a quien Dios acaricia, nuestros brazos levanten a quien Cristo toma entre sus manos…
Y rechacemos el inmovilismo y el éxito mundano. Dos tentaciones “demoníacas” que engordan nuestro ego y la noticia de nuestro instituto.
Volvamos a los caminos… allí se juega nuestro sentido y la gloria de Dios.
Fray Manuel Romero, TOR
Via LCDLP
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