Juan Bautista se decide en un momento concreto de la historia: “… año quince” y con una serie de gobernantes, reyezuelos y poderosos. Y se levanta, se pone en camino y se va a l desierto a predicar. Pone palabra a las profecías del Mesías y la lanza allí donde no se escuchan.
Nadie se va a predicar al desierto, ni a alta mar, ni a la cumbre de una montaña. Uno se arriesgaría, con más miedo que vergüenza, a levantar la voz en la plaza mayor de un pueblo, en un andén del metro, en un aeropuerto… allí donde concurre mucha gente. ¡Pues no! Juan se va al desierto donde no hay condiciones ni gente y Dios abre los oídos de quienes quieren convertirse.
Vete tú a predicar al desierto. Levanta tu voz en medio de tu comunidad, en el claustro de profesores, en una reunión provincial, en un encuentro “inter”, en una mesa del obispado, en una asamblea social, en una reunión de vecinos. ¿Acaso te van a escuchar más ahí que en el desierto? ¡Pues tampoco! Vete donde no hay condiciones ni gente y Dios abrirá los oídos de quien quiere comenzar de nuevo.
Para eso, has de dejar tus miedos, tus sospechas, tus necesidades y arriesgarte a creer. Dejar de pensar que nadie cambia si no lo haces tú primero. Eso es fe: confianza. Así que, levántate, aclara tu voz y “grita en el desierto”. Eso sí, en este Adviento, pon fecha.
Via LCDLP
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