Eso de dejarse ayudar, de integrar otras opiniones, de aceptar una mano para levantarse no es tan habitual. Todos queremos ser autónomos y, en todo caso, ayudar a los demás.
Hoy Jesús se lleva a tres de sus discípulos para mostrarles su Misterio. Los verbos que utiliza el evangelio dan cuenta del proceso de crecimiento que se ha de propiciar: disposición y apertura que precisan de cierta “pasividad”: El caso es que se los llevó aparte, a una montaña alta, y se transfiguró ante ellos, se les aparecieron Moisés y Elías, los cubrió una nube, una voz que les decía, Jesús les tocó y les mandó…
Tanto la vista, como el oído, son sentidos que respetan la intimidad del otro; sea de Jesús o de nuestro mejor amigo. Y a ellos alude Mateo cuando les descubre: a un Jesús con un “rostro resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz”, a “Moisés y Elías conversando con Él”. Visión del Mesías y palabras proféticas que entroncan la vida de Jesús con la tradición judía.
El tacto, en el proceso espiritual, es más activo y -en el texto- rompe la intimidad divina. Pedro violenta todo el proceso por su impronta de obrar antes de aprender, por su manera de hablar por los demás, de interrumpir por costumbre: – “Haré tres tiendas…” Y, claro, la voz de Dios le interrumpe, y le coloca en su lugar: el que habla y propone no Pedro, sino Jesús, “su Hijo”. Un consejo para aplicar en nuestros capítulos -sean del rango que sean- como momentos de apertura al Misterio y disposición a la acción del Espíritu.
El siguiente paso fue la mano de Jesús, que “tocándolos” los devolvió a la realidad de cada día, al tiempo habitual, con Jesús el Galileo, su Maestro. Ellos no habían entendido mucho de lo visto y oído, por lo que Jesús les ordena “secreto de confesión” hasta que el Misterio de su vida hubiera concluido. ¿Cómo iban a ayudar a otros si no sabían por dónde se andaban?
Y es que eso de dejarse hacer es muy delicado. Violenta nuestro orgullo y nos sitúa en el plano de los niños que han de ir aprendiendo paso a paso. Nos pone en la situación de comenzar cada día, como Abrahán, y de depender de las fuerzas de Dios para anunciar el evangelio. Colaborar sí, ahora, dejándose hacer.
Via LCDLP
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